viernes, 2 de diciembre de 2011

Todo Calza Pollo: "Progresismo", Estatismo y Colusión

Una columna de Marcelo Brunet (@marcelobrunet) en eldinamo.cl


¿Puede establecerse una relación entre el “progresismo” y la colusión de las dichas empresas, o de farmacias? Para los progresistas, no. El oligopolio que permite esta colusión es, dicen, sólo culpa de los “facinerosos empresarios” y de los ambiciosos magnates que están tras ellas. Según afirmó Ricardo Lagos el año 2009, a raíz del caso Farmacias, sólo lo son los empresarios, a quienes considera “codiciosos” y únicos “responsables de esta acción delictual”.
El requerimiento presentado ayer por el Fiscal de la Libre Competencia ante el Tribunal de Defensa de La Libre Competencia en contra de las empresas productoras de pollo desnudó, una vez más, la fragilidad de nuestro mercado.
Un cartel que les habría permitido a las empresas concentrar el 92% de la producción de carne de ave en el mercado local y el 93% de la comercialización, manteniendo a su vez una cuota de mercado que gira en torno al 61% para una, 31% para otra y 8% para la tercera. Como dice mi joven amigo Carlos Fernández, ayer fue el día en que ‘pollo’ pasó a significar ‘coludido’ en vez de ‘gil, pánfilo’…
¿Puede establecerse una relación entre el “progresismo” y la colusión de las dichas empresas, o de farmacias? Para los progresistas, no. El oligopolio que permite esta colusión es, dicen, sólo culpa de los “facinerosos empresarios” y de los ambiciosos magnates que están tras ellas. Según afirmó Ricardo Lagos el año 2009, a raíz del caso Farmacias, sólo lo son los empresarios, a quienes considera “codiciosos” y únicos “responsables de esta acción delictual”.
Puntualicemos: nada bueno puede deparar a los consumidores de pollo que las tres empresas más grandes de Chile se unan en pos de un objetivo económico común. Ya decía Adam Smith en “La Riqueza de las Naciones” que dichas reuniones entre oferentes no se producen “sin que la conversación acabe en una conspiración contra el público o en alguna maquinación para elevar los precios
Ello porque, como enseña Samuelson, el libre mercado de competencia perfecta requiere cumplir con ciertos y determinados principios básicos, y el principal es que concurran un gran número de vendedores u oferentes y consumidores o demandantes, en que ninguno de ellos tenga la capacidad de determinar por si solo o influir decisivamente en el precio. De este modo, la libre competencia consiste en que muchos demandantes y oferentes de un producto concurren al mercado, y por tanto, el precio se determina solo por el libre juego de la oferta y demanda.
La colusión sólo se produce cuando la oferta se reduce. Y en nuestro país han proliferado en los últimos años los mercados monopólicos, oligopolios y de competencia monopolística. ¿Se acuerda Ud., estimado lector, cuántas eran las ISAPRE al comienzo del sistema, antes de la llegada al poder del “progresismo”? ¿Y las AFP? ¿Y las empresas de multicarrier? ¿Cuántas farmacias existían antes? ¿Cuántas empresas de buses interurbanos competían entre sí? ¿O empresas de televisión por cable o digital? ¿O de telefonía fija? ¿O celular? ¿O de farmacias? En casi todas las áreas en las que operaba el mercado se han ido reduciendo el número de oferentes.
El oligopolio, fuente última de la colusión, no opera o deja de operar dependiendo de la bondad o maldad moral de los actores del mercado, sino por los incentivos que genera el estado subsidiario para evitarlo. Adam Smith afirmaba que si bien la ley no puede impedir que las empresas de la misma industria se reúnan, al menos no debería hacer nada para facilitar esas asambleas y mucho menos hacerlas necesarias. Y en nuestro caso el Estado ha creado el clima propicio para la existencia de dichos oligopolios.
Algunos argumentarán que son las economías de escala y no el actuar estatista de los últimos años de gobiernos concertacionistas propició aquello, y es un lastre difícil de arrastrar. La evidencia demuestra que el Estado no intentó propiciar el incremento de empresas competitivas en diversas áreas, por la vía de incentivos tributarios u otras formas, ni al menos desregular las actividades para que pudieran surgir nuevos oferentes. Lo que hicieron los recientes gobiernos fue precisamente lo opuesto: no sólo tolerar la falta de competencia, no solo no fiscalizar, sino incentivarla en ciertas áreas.
Por ejemplo, ¿qué fue Transantiago, programa diseñado por un “progresista” Lagos e implementado por una “progresista” Bachelet, sino la estatización de un modelo de mercado –de buses amarillos, imperfecto y lleno de vicios- y la entrega de concesión a pocas grandes empresas de una actividad en la que antes había cientos de pequeños y medianos empresarios?
Ha sido este modelo impulsado por la izquierda, por llamarlo de algún modo de “estatismo de mercado”, el que ha propiciado aquel oligopolio. Ese mismo que hoy se defiende en cumbres progresistas, el mismo del cual hablaba el candidato del 29% -como Marco Enríquez llamó a Eduardo Frei- el de “más mercado, más estado y más estado” -frase incomprensible para cualquier persona seria- es el responsable final de este problema económico y moral. En “Camino de Servidumbre”, Hayek apunta –y con razón- que la tendencia hacia el estatismo es un paso atrás en la evolución de la civilización occidental alejándose de la esclavitud y del centralismo.
A un gobierno, a cualquier gobierno, especialmente a aquellos que creen en una importante participación del Estado en la actividad económica, le conviene más relacionarse con dos o tres grandes empresas que con mil pequeñas o medianas. Y obviamente así se actuó en Chile durante una década de gobiernos presididos por socialistas, propiciando la reducción a dos o tres compañías en cada caso, pues después de todo es más fácil convencer o mantener tranquilos a tres que a varios.
Evidentemente, dicho escenario, de Concertación/concentración –vaya paradojas que nos permite el lenguaje- no desagradó por años a ciertos empresarios, especialmente los de las grandes comercios, los mismos que han financiado cuanta campaña de “progresistas” que han existido durante veintitantos años… definitivamente “todo calza, pollo”.

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