viernes, 30 de diciembre de 2011

Igualismo

El nuevo comercial de Quilmes para el 2012, el Igualismo, gran concepto! Pase y véalo



miércoles, 28 de diciembre de 2011

Proyecto de Ley de Derecho de Formación Deportiva en Argentina

El derecho de formación, institución propia del Fútbol que instauró FIFA para apoyar y fomentar la formación de jugadores, se aplica obligatoriamente a toda transferencia internacional que cumpla con los requisitos. Asimismo, FIFA ha instado a las distintas federaciones a que dispongan consiguientemente de normas pertinentes y acordes a esta institución para que sean aplicables a las transferencias internas.

Sin embargo, en Argentina hasta el momento esto no se había dado -a pesar de que Grondona es el vicepresidente de FIFA (demuestra día a día su aptitud e inagotable trabajo en su sillón presidencial de AFA)-, dejando en la indefensión a muchos clubes pequeños cuyos esfuerzos aún no se veían recompensados.

Pero desde hace un tiempo, un grupo de abogados de la Asociación Latinoamericana del Derecho del Deporte (ALADDE) comenzó a redactar un interesante proyecto de ley sobre "Derechos de Formación Deportiva", el cual se presentó a la Cámara del Senado el 25 de Agosto de este año que termina.

Principalmente, este proyecto legal consiste en aplicar el derecho de formación a todos los deportes, siendo beneficiarias las asociaciones civiles sin fines de lucro que se dediquen a la práctica deportiva, y ampliando su espectro tanto a los deportes individuales como colectivos. Dado que en la mayoría no existe el fenómeno futbolístico de la transferencia de pases, el derecho se configuraría en un porcentaje de los emolumentos o remuneraciones que recibiera el deportista en cuestión en su nuevo club.

Sería excelente que este proyecto viera la luz luego, ya que significaría un impulso gigante a la actividad deportiva y a los clubes y atletas que dedican su vida a esto. Además, una legislación de esta clase ayudaría a la profesionalización de muchos deportes, promoviendo el desarrollo y práctica del deporte.

Asimismo, es un fuerte espaldarazo a los clubes deportivos que históricamente han sido los responsables de desarrollar y promover el deporte en la Argentina, función pública que por distintas razones el Estado ha dejado en manos de ellos. Es por ello que en este país hay tantos clubes deportivos en cada ciudad, en cada barrio, los cuales agrupan a sus vecinos en la práctica deportiva.

Los invito a leer artículo a artículo el proyecto referido:

http://www.aladde.org/docs/Proyecto%20ALADDE.pdf

jueves, 22 de diciembre de 2011

Descarga post-eliminación

Cae una lágrima, viene un desdén burlesco
Cae otra y le sigue un reto sordo;
Se suman un par más y surge un ruego
un ruego idiota, ignorante
que sólo pide peras al olmo y goles al Yeta Mufardo.

Que sólo invita a adecuarse a una realidad inadecuada
A una historia ajena, a un ideal que mata
al poeta y su corazón
herido por un pito que no sonó
o que lo hizo cuando la tarea aún no había terminado.

Voces amadas 
no deseadas
que insolentes e inocentes rebotan
contra la pared de cuero, cal y pasto.

Malditas las fechas que amanecen en otras épocas,
Los días pasados recreados.
Malditas las marionetas que no hacen caso,
Las libertades que no siguen
el camino que los sueños le trazaron,
la lógica del impensado juego
ni las coronaciones de cotillón anticipado.

Malditas las ilusiones 
arrastradas como un trapo
destruidas en su cenit
cuando el sabor de la gloria al fin se posaba en sus labios.

Hincha orgulloso de tomo y lomo
Pelotero, futbolero, cabalero,
coleccionista y obseso
de asado, cancha y diario
de cemento y tabla, de sol y lluvia
no lamentes tu suerte, más bien
llora tu derrota y levanta la cabeza
que de esta sales más fuerte y preparado.

Porque el señor Fútbol es así,
Te quita y quita como ese ladrón de cuello y corbata
para después, algún día, 
regarte de la gloria merecida
Como premio a tu lealtad
a tu bandera siempre izada bien arriba.

Pues eso es lo lindo de esto,
no hay nada asegurado, nada reservado
nada aprendido, nada olvidado
Es historia y mito, pasado y futuro
sueños e ilusiones que desviven
al terco payaso franjeado de azul
que se niega a aceptar
a la lechuza encumbrada. 

jueves, 15 de diciembre de 2011

El Fútbol Enamora


Le doy gracias nuevamente a mi hermano Coco por mostrarme esta belleza de cuento, este sueño imposible que todo futbolero se ha pasado por la cabeza: enamorar con el Fútbol. Es que el Fútbol enamora, quién puede dudarlo?!!


Una Sonrisa Exactamente así - Eduardo Sacheri 

Hasta ahora sonreíste siete veces. Por supuesto que las tengo contadas. Hace un rato increíblemente largo que vengo mareándote con mis palabras, por estrategia o por desesperación, y verte sonreír es –me parece- la única huella que puede llegar a indicarme si voy bien o si estoy perdido. 

La primera fue la más fácil. Las difíciles fueron desde la segunda en adelante. Tu primera sonrisa fue automática, impersonal. Fue un reflejo de la mía. Casi un acto de imitación involuntaria. Un tipo joven se acerca a tu mesa, se te planta adelante y te dice “hola” mientras sonríe y vos, que estabas absorta mirando hacia fuera, hacia la calle, volvés de tu limbo y contestás aquella sonrisa con una igual, o parecida. 

A partir de entonces las cosas se complicaron. Fue mucho más difícil conseguir que soltaras la segunda. Porque este desconocido que era –que sigo siendo- yo, sin dejar de sonreír, te pidió permiso para ocupar la silla vacía de tu mesa. Unos minutos –prometí-, no demasiados. Un rato, porque tenía que decirte algo. Entonces de tu rostro se fue aquella sonrisa, la primera, la del reflejo o el saludo, la que era nada más que un eco de la mía. Y en su lugar quedaron la extrañeza, la incertidumbre, las cejas un poco fruncidas, un ápice de temor. ¿Qué quería este desconocido? ¿De dónde lo habían sacado? 

Como te sostuve esa mirada, como aguanté a pie firme este bochorno precisamente por causa y por culpa de esa mirada tuya, no de esa pero sí de otra nacida de los mismos ojos –la que tenías mientras mirabas hacia fuera del café sin ver a nadie, ni a mí ni a los otros, justo cuando yo pasaba corriendo por Suipacha-, como te la sostuve, digo, vi que estabas a punto de decirme que no, que no podía sentarme a tu mesa. ¿Dónde se ha visto que una chica acepte sin más ni más a un desconocido en su mesa, sobre todo si el desconocido tiene el traje desaliñado, la corbata floja y la cara empapada de sudor, como si llevara unas cuantas cuadras lanzado a la carrera? 

Ibas a decirme que no, y si no lo habías hecho aún era porque en el fondo te daba algo de pena. Fue por eso, porque se notaba en tu rostro que ibas a decirme que no, aunque te diera pena, que alcé un poco las manos como deteniéndote, y te rogué que me dejaras hablarte de los uruguayos del Maracaná. 

Para eso sí que no estabas lista. No había modo de que lo estuvieras. ¿Quién hubiese podido estarlo? Te habrá sonado igual de loco que si te hubiera dicho que quería contarte sobre la elaboración de aserrín a base de manteca o sobre la inminente invasión de los marcianos. Pero la sorpresa tuvo, me parece, la virtud de desactivarte por un instante la decisión de echarme. 

Y en ese instante, como en el resto de esta media hora de locos, no me quedó otra alternativa que seguir adelante. ¿Te fijaste cómo hacen los chicos chiquitos, cuando se pegan sigilosos a las piernas de sus madres mientras ellas están atareadas en otra cosa, para que los alcen a upa aunque sea por reflejo y sin distraerse de lo que están haciendo? Más o menos así me dejé caer en la silla frente a vos. Sin dejar de hablar ni de mirarte, y sin atreverme a apoyar los codos sobre la madera, como para que mi aterrizaje no fuese tan rotundo. 

Para disimular no tuve más opción que lanzarme a hablar, aunque no supiese bien por dónde empezar y por dónde seguir. Arranqué por la imagen que a mí mismo me cautivó la primera vez que alguien me puso al tanto de esa historia: once jugadores vestidos de celeste en un campo de juego, rodeados por doscientos mil brasileños que los aplastan con su griterío furioso, a punto de empezar a jugar un partido que no pueden ganar nunca. 

Te dije eso y tuve que hacer una pausa, porque si seguía amontonando palabras esa imagen iba a perder su fuerza. Y noté que querías seguir escuchando, y no por el arte que tengo para contar, sino porque ese es un principio tan bello y tan prometedor para una historia que a cualquiera que la escuche sólo le cabe seguir atento para enterarse de lo que pasa con esos once muchachos. 

Me pareció entonces que era el momento de agregarte algunos datos que te ubicasen mejor en esa trama. Año 1950, te dije, Campeonato Mundial de Fútbol, partido final Brasil-Uruguay, Río de Janeiro, 16 de julio, tres y media de la tarde, te dije. 

Esa fue la segunda vez que sonreíste. Una sonrisa extrañada, a lo mejor desconcertada, a lo peor compasiva, pero sonrisa al fin. Ya no tenías temor de que este tipo locuaz de traje gris fuese un asesino serial o un esquizofrénico. Podía ser un idiota, pero en una de esas, no. Y la historia estaba buena. Por eso te seguí pintando el panorama, y te conté que los brasileños llegaban a ese partido final después de meterle siete goles a Suecia y seis a España. Y que Uruguay le había ganado por un gol a los suecos y había empatado con los españoles. Y que con el empate le alcazaba a Brasil para ser campeón del mundo por primera vez. 

Ahí yo hice otra pausa, porque me pareció que tenías datos suficientes como para que la historia fuera creciendo en tu cabeza. “¿Sabés qué les dijo un dirigente uruguayo a sus jugadores, antes de salir a jugar la final?”, te pregunté. Vos no sabías, cómo ibas a saber. “-Traten de perder por poco. Intenten no comerse más de cuatro-. Eso les dijo. Les pidió que evitaran el papelón de comerse seis o siete. ¿Te imaginás?”, te pregunté. Y vos moviste la cabeza diciendo que sí, y yo me quise morir viéndote así, porque estabas imaginando lo que yo te estaba contando, y era una estupidez, pero fue entonces, hace veinte minutos, que tuve la intuición fugaz de que era el primer diálogo que teníamos en toda la vida. Vos estabas ahí, o mejor dicho vos estabas ahí dejándome a mí también estar ahí porque te estaba contando de los uruguayos. Era esa historia la que me tenía todavía vivo en el incendio de tus ojos, y por eso te seguí contando. 

Esos once muchachos vestidos de celeste entraron a cumplir con un trámite, te dije. El de perder y volverse a casa. Para eso el Maracaná recién estrenado, las portadas de los diarios impresas desde la mañana, el discurso del presidente de la FIFA felicitando a los campeones en portugués, la mayor multitud reunida jamás en una cancha, los petardos haciendo temblar el suelo. 

“Con decirte –proseguí- que la banda de música que tenía que tocar el himno nacional del ganador no tenía la partitura del himno uruguayo”, y abriste mucho los ojos, y yo te pedí que no abrieras los ojos así porque podías tumbarme al suelo con la onda expansiva, y esa fue tu tercera sonrisa, con las mejillas un poco rojas asimilando el piropo cursi y suburbano. Supongo que yo –definitivamente enamorado- también me puse colorado, y salí del paso contándote el partido, o lo que se sabe del partido, o lo que no se sabe y todo el mundo ha inventado del partido. Un Brasil lanzado a lo de siempre: a triturar a sus rivales, a engullir seleccionados, a llenarle el arco de goles a todo el mundo, a sepultar rápido los noventa minutos que los separaban de la gloria. Un Uruguay chiquito, un Uruguay estorbo, un Uruguay que molesta y pospone el paraíso. Un Uruguay ordenado y prolijo que le cierra todos los agujeros y los caminos, y un primer tiempo que termina cero a cero pero es casi lo mismo porque el empate le sirve a Brasil. 

“Y empieza el segundo tiempo y a los dos minutos –continué- Friaca marca un gol para Brasil”. Entonces fruncí los labios y moví las manos en ese gesto que quiere decir “listo, ya está, asunto terminado”, y que vos interpretaste a la perfección, porque te pusiste un poco triste. 

“Imaginate lo que era el Maracaná después del 1 a 0”, agregué. Los uruguayos ya tenían que meter dos goles, y en realidad lo más probable era que Brasil les metiera otros cuatro antes de que esos pobres muchachos consiguieran llegar a la otra área. 

Creo que ese fue el momento más difícil. No digo de esa final del Mundo. Me refiero a nuestra charla, o más bien a mi monólogo. Tal vez te suene ridículo –en realidad lo lógico es que todo esto te suene absolutamente ridículo-, pero evocar ese instante del gol de Friaca, con todo el mundo enloquecido y feliz alrededor de esos once uruguayos náufragos me hizo sentir a mí también el frío mortal de la derrota. Y estuve a punto de rendirme, de ponerme de pie, de ofrecerte la mano y despedirme con una disculpa por el tiempo que te había hecho perder. No sé si te ha ocurrido, eso de entusiasmarte hasta el paroxismo con alguna idea que apenas la echás a rodar se vuelve harina y es nada más que pegote entre los dedos. Así quedé yo en ese momento. 

Pero entonces me salvó tu cuarta sonrisa. Al principio no la vi, porque me había quedado mirando tu pocillo vacío y el vaso de agua por la mitad. Por eso me preguntaste “¿Y?”, como diciendo qué pasó después, y entonces no tuve más remedio que alzar la vista y mirarte. Tenías la cabeza apoyada en la mano, y el codo en la mesa y los ojos en mí. Y tus labios todavía no habían desdibujado esa sonrisa de curiosidad, de alguien que quiere que le sigan contando el cuento. 

No me quedó más remedio –o lo elegí yo, es verdad, pero a veces es más fácil elegir cuando uno piensa que no tiene más remedio- que caminar hasta el fondo del arco y buscar la pelota para volver a sacar del mediocampo. Recién, hace quince minutos, lo hice yo; en el ’50, en Río, lo hizo Obdulio Varela. El cinco. El capitán de los celestes. Te dije que según la leyenda se pasó cinco minutos discutiendo con el árbitro para enfriar el clima del estadio. Pero son tantas las leyendas de esa tarde que si te las contaba todas no iba a terminar nunca. Esos uruguayos, pobres, habrán gastado mucha más saliva, a lo largo de sus vidas, desmintiendo las fábulas de lo que no fue que relatando lo que sí pasó. 

Se reanudó el partido. Y yo, contándotelo, hice más o menos lo mismo. A esa altura se supone que está todo dicho y todo hecho –te situé-: Uruguay pudo resistir el primer tiempo completo. Ahora que entró el primer gol tiene que entrar otro más, y otros dos, u otros cuatro. Ahora la historia va a enderezarse y caminar derecha hacia donde debe.

Pero el asunto se escribe de otro modo. Porque ese gol que Friaca acaba de meter no es solamente el primero de Brasil en esa tarde. También es el último. Nadie lo sabe, por supuesto. Ni los brasileños que juegan ni los brasileños que miran ni los brasileños que escuchan. Pero los once celestes sí parecen tenerlo claro. 

Tan claro que siguen jugando como si nada. Como si más allá de las líneas de cal se hubiese acabado para siempre el mundo. Tal vez por eso, porque están decididos ni más ni menos que a jugar al fútbol, desborda la camiseta celeste de Ghiggia por derecha, envía el centro y Schiaffino la manda guardar en el arco de Barbosa, que no lo sabe pero acaba de empezar a morir; aunque todavía le falten cincuenta años hasta que de verdad se muera. 

No sé si en otros deportes esas cosas son posibles. En el fútbol sí. Nada es para siempre, ni definitivo, ni imposible. ¿Será por eso que es tan lindo? Faltan diez, nueve minutos para que Brasil sea campeón con el empate. Pero Ghiggia se la toca a Pérez que se la devuelve profunda, como en el primer gol, por la derecha, hacia el área. El puntero celeste lo encara a Bigode y lo deja de seña, aunque se acerca peligrosamente al fondo y eso lo deja sin ángulo de disparo. Lo lógico es que Ghiggia tire el centro. Eso es lo que esperan sus compañeros, que le piden impacientes la pelota. Es lo que esperan los defensores brasileños, que tratan de marcarlos. Y es lo que espera el pobre Barbosa, que se mueve apenas hacia su derecha para anticipar el envío. 

Ahí vino tu quinta sonrisa. Fue de nervios. Faltó que te pusieras de pie para ver mejor, como hacen los plateístas en la cancha en las jugadas de riesgo. Esa fue la menos mía de todas tus sonrisas. Pero no me molestó, casi al contrario. Esa sonrisa fue toda para Ghiggia, para alentarlo a lograr lo que en apariencia no podía salirle: sacar el balinazo al primer palo, meter el balón entre Barbosa y el poste. Prolongaste tu sonrisa para acompañarlo en su carrera con los brazos en alto, esa carrera a solas, a solas porque sus compañeros simplemente no pueden creer que la pelota haya entrado por donde no había sitio para que entrase. 

A esa altura me faltaba contarte poco. El público enmudeció de pavor, y a los jugadores de Brasil el alma se les llenó de malezas heladas. Y ahí llegó tu sexta sonrisa. Esta fue confiada. Ya habías entendido cómo terminaba la historia. Lo único que querías era que te lo confirmase. Te agregué una última leyenda, porque aunque tal vez también esa sea mentira, de todos modos es hermosa. Con el tiempo cumplido, cayó un centro al área de Uruguay. El uruguayo Schubert Gambetta alzó los brazos y tomó la pelota con las manos. Sus compañeros se querían morir. ¿Cómo va a cometer ese penal infantil en una final del Mundo, con el tiempo cumplido? Lo increpan, lo insultan. Gambetta los mira sin entenderlos. Se defiende, tal vez a los gritos, tal vez lo hace llorando. Les dice que miren al árbitro. Les pregunta si no lo escucharon. Porque aunque parezca imposible, Gambetta es el único que ha escuchado el pitazo final. Es el único que ha sido capaz de discriminar de entre todos los ruidos –el de la pelota, el de las voces, el del pánico- el sonido del silbato. Los demás terminan por entender que es cierto: el partido ha terminado, Uruguay es campeón del mundo. 

Y cuando hice un segundo de silencio después de la palabra “mundo”, tu séptima sonrisa se iluminó del todo, en el alborozo de saber que esos once muchachos de celeste habían sido capaces de saltar todas las trampas del destino para volverse a Montevideo con la Copa. La tortuga que derrota a la liebre, el mendigo hecho príncipe, David contra Goliat, pero con pelota. 

Si hubiese ganado Brasil nadie se acordaría demasiado del 16 de julio de 1950. Lo normal no se recuerda casi nunca. Pero ganó Uruguay, un partido que si se hubiese jugado mil veces Uruguay debería haber perdido novecientas cincuenta y empatado cuarenta y nueve. Pero de las mil alternativas Dios quiso que cayera esta: Uruguay da el batacazo más resonante de la historia del fútbol, y más de medio siglo después yo me acerco a tu mesa y te lo cuento. 

Hoy es 28 de julio. Pero si vos ahora me decís que me levante y me vaya, da lo mismo que sea 37 de noviembre. Lo del 37 de noviembre te lo dije recién, hace dos minutos, pero tu sonrisa no llegó a ser porque viste mi expresión seria y te contuviste. Porque ahora hablo más en serio que en todo el resto de esta media hora que llevo sentado enfrente tuyo. Y si vos ahora me decís que me vaya, yo me levanto, dejo tres pesos por el café, te saludo alzando una mano, me mando mudar y sigo por Suipacha para el lado de Lavalle. Y vos de nuevo te ponés a mirar por la vidriera. 

Igual andá con cuidado, porque es muy probable que si reincidís en eso de mirar hacia afuera con esos ojos que tenés, otro tipo haga lo mismo que yo, se enamore y entre. Más difícil será que te cuente una historia como esta que acabo de contarte, pero algo se le ocurrirá, mientras intenta no perderte. Pero bueno, pongamos que eso no sucede, y el resto de los hombres te deja en paz, mirando hacia la calle. En ese caso, de aquí a unos minutos se te irán borrando de la memoria los tonos de mi voz y los detalles de mi cara. 

Y ahora viene lo más difícil. El problema es que los uruguayos pueden acompañarme hasta aquí y nada más. De ahora en adelante es imposible. Y mirá que, para esos tipos, no parece haber muchas cosas imposibles. Pero lo que falta por hacer es asunto mío. O mío y tuyo, pero no de ellos. 

Lo que me falta contarte es el final, o el principio, según se mire. Me falta hablarte de mí, hace media hora, corriendo como un loco por Suipacha hacia Corrientes. Tarde, tardísimo, porque hoy todo me salió al revés desde el momento mismo en que abrí los ojos, esta mañana. El despertador que no sonó, o que me olvidé de poner, el golpe que me di con el borde de la puerta en plena frente, los dos colectivos que pasaron llenos y me dejaron de seña en la parada, el subte que fui a tomar desesperado por no llegar tardísimo al trabajo y que hizo que fuera corriendo por Suipacha desde Rivadavia y no desde Paraguay, y el semáforo de Corrientes que pasa al verde diez segundos antes de que llegue a la esquina y los autos que arrancan y yo que me agacho con las manos sobre los muslos intentando recuperar un poco el aliento, mientras giro de espaldas a la calle y me topo con el bar y con tu codo en la mesa y tu cabeza en la mano y tu mirada en el vidrio pero viendo nada.

No importa lo primero que pensé al verte. O sí, pero no es el momento. Tal vez haya oportunidad, alguna vez, de decírtelo. Depende. 

Lo que sí puedo contarte es que en ese momento, mientras me asaltaba el dilema de volverme hacia Corrientes y seguir corriendo hasta Lavalle o entrar a encararte es que vinieron los uruguayos. Llegaron en ese momento. Los once: Máspoli; González y Tejera; Gambetta, Varela y Rodríguez; Ghiggia, Pérez, Migue, Schiaffino y Morán. 

Te parecerá tonto, pero esos uruguayos del Maracaná me sirven de talismán. No siempre. Sólo recurro a ellos en situaciones difíciles. A veces recito la formación, como rezando. O me los imagino en el momento de entrar a la cancha con cara de “griten todo lo que quieran, que nos importa un carajo”. O lo veo a Ghiggia en el momento de meter el balón por el ojo incrédulo de la aguja de Barbosa. Si Uruguay pudo en el ’50, me dije... en una de esas quién te dice. 

Por eso me desentendí del semáforo y de la calle Corrientes y entré al bar y caminé hasta tu mesa y te sonreí y vos, por reflejo, me devolviste tu primera sonrisa. Pero como te dije hace un rato el problema no son tus primeras siete sonrisas. El asunto es la que viene. 

Tengo novecientas noventa y nueve chances de que me digas que me vaya, y una sola de que me pidas que me quede. 

Porque ponele que yo ahora termino y vos sonreís: alguien lo mira de afuera y puede decir “¿Y qué tiene que ver que sonría? Puede sonreír porque piensa que estás loco, o que sos un tarado”, y es cierto, puede ser por eso. Y en una de esas es verdad. 

Pero también puede ser que no, que sonrías porque te gusté, o porque te gustó la historia que acabo de contarte. O las dos cosas: a lo mejor te gustamos mi historia y yo, y a lo mejor te estás diciendo que en una de esas para vos también este es un día especial. Un día distinto, ese día diferente a todos los otros días en que las cosas se salen de la lógica y la vida cambia para siempre, y a lo mejor pensás eso a medida que yo te lo digo y en tu cabeza se abre la pregunta de si no será una buena idea seguirme la corriente, por lo menos hasta dentro de medio minuto cuanto te invite al cine y a cenar, o hasta dentro de un mes o hasta dentro de un año o hasta dentro de cuarenta. 

Y puede que ahora sonrías una sonrisa que me indique a mí, que llevo media hora intentando leer las señales de tu rostro, que hoy no sonó el despertador y me pegué con el filo de la puerta y perdí los colectivos y corrí hasta el subte y vine corriendo desde Rivadavia y me cortó el semáforo y giré y vos estabas sentada en el café nada más que para esto, para que yo me atreva a rozar tu mano con la mía y vos de un respingo y me mires a los ojos con tus ojos como lunas y yo te sonría y vos también me sonrías, pero no con una sonrisa cualquiera sino con esta que te digo y que vos estás empezando a poner, ¿ves? Así: una sonrisa exactamente así. 

Eduardo Sacheri

viernes, 9 de diciembre de 2011

Responsabilidad Empresarial: Baterías recicladas en EEUU contaminan en México





Un reportaje del NY Times expuso una realidad alarmante en el negocio del reciclaje de baterías. Millones de toneladas se exportan a México para ser tratados y obtener el plomo que contienen, cuya demanda se ha disparado en los últimos años, teniendo a China como principal comprador.

El problema es que a pesar de que las fábricas dentro de EEUU cumplen con las normativas y requisitos para operar amigablemente con el medio ambiente, las de México no. Los controles, índices, pre-requisitos y cuidados mínimos que se necesitan para trabajar con el plomo son esenciales; lamentablemente la legislación, supervisión y vigilancia del país latino no cumple con los estándares mínimos para que aquéllo se produzca.

Y es esto, sumado a los menores costos de operación que se encuentran en México, las razones para que empresas estadounidenses exporten las baterías a su vecino, y así, logran ayudar al medio ambiente, empero quitándose la basura de encima y entregándosela a otros para que se preocupen del problema. Son personas que muestran un deplorable comportamiento ético que ocultan tras una imagen de empresarios "verdes". Sin embargo, peor es el actuar de los mexicanos que por obtener ganancias no les importa poner en serio riesgo a sus propios trabajadores y a cientos de familias que circundan sus fábricas.

EEUU no puede exportar baterías a lugares en los que no se encuentran los elementos y requisitos mínimos para operar con el plomo, peligroso material que si no se trata de una forma debida, puede producir graves consecuencias a la salud de las personas y al medio ambiente. Este caso requiere de responsabilidad empresarial; que el bien común importen más que los millones que se puedan obtener.

En fin, la conciencia pesa menos si el problema se desarrolla en otro lado, pensamiento tan común, mas tan destructivo.

Le el gran reportaje del NY Times al respecto: http://www.nytimes.com/2011/12/09/science/earth/recycled-battery-lead-puts-mexicans-in-danger.html?pagewanted=1&_r=1&nl=todaysheadlines&emc=tha2

viernes, 2 de diciembre de 2011

Todo Calza Pollo: "Progresismo", Estatismo y Colusión

Una columna de Marcelo Brunet (@marcelobrunet) en eldinamo.cl


¿Puede establecerse una relación entre el “progresismo” y la colusión de las dichas empresas, o de farmacias? Para los progresistas, no. El oligopolio que permite esta colusión es, dicen, sólo culpa de los “facinerosos empresarios” y de los ambiciosos magnates que están tras ellas. Según afirmó Ricardo Lagos el año 2009, a raíz del caso Farmacias, sólo lo son los empresarios, a quienes considera “codiciosos” y únicos “responsables de esta acción delictual”.
El requerimiento presentado ayer por el Fiscal de la Libre Competencia ante el Tribunal de Defensa de La Libre Competencia en contra de las empresas productoras de pollo desnudó, una vez más, la fragilidad de nuestro mercado.
Un cartel que les habría permitido a las empresas concentrar el 92% de la producción de carne de ave en el mercado local y el 93% de la comercialización, manteniendo a su vez una cuota de mercado que gira en torno al 61% para una, 31% para otra y 8% para la tercera. Como dice mi joven amigo Carlos Fernández, ayer fue el día en que ‘pollo’ pasó a significar ‘coludido’ en vez de ‘gil, pánfilo’…
¿Puede establecerse una relación entre el “progresismo” y la colusión de las dichas empresas, o de farmacias? Para los progresistas, no. El oligopolio que permite esta colusión es, dicen, sólo culpa de los “facinerosos empresarios” y de los ambiciosos magnates que están tras ellas. Según afirmó Ricardo Lagos el año 2009, a raíz del caso Farmacias, sólo lo son los empresarios, a quienes considera “codiciosos” y únicos “responsables de esta acción delictual”.
Puntualicemos: nada bueno puede deparar a los consumidores de pollo que las tres empresas más grandes de Chile se unan en pos de un objetivo económico común. Ya decía Adam Smith en “La Riqueza de las Naciones” que dichas reuniones entre oferentes no se producen “sin que la conversación acabe en una conspiración contra el público o en alguna maquinación para elevar los precios
Ello porque, como enseña Samuelson, el libre mercado de competencia perfecta requiere cumplir con ciertos y determinados principios básicos, y el principal es que concurran un gran número de vendedores u oferentes y consumidores o demandantes, en que ninguno de ellos tenga la capacidad de determinar por si solo o influir decisivamente en el precio. De este modo, la libre competencia consiste en que muchos demandantes y oferentes de un producto concurren al mercado, y por tanto, el precio se determina solo por el libre juego de la oferta y demanda.
La colusión sólo se produce cuando la oferta se reduce. Y en nuestro país han proliferado en los últimos años los mercados monopólicos, oligopolios y de competencia monopolística. ¿Se acuerda Ud., estimado lector, cuántas eran las ISAPRE al comienzo del sistema, antes de la llegada al poder del “progresismo”? ¿Y las AFP? ¿Y las empresas de multicarrier? ¿Cuántas farmacias existían antes? ¿Cuántas empresas de buses interurbanos competían entre sí? ¿O empresas de televisión por cable o digital? ¿O de telefonía fija? ¿O celular? ¿O de farmacias? En casi todas las áreas en las que operaba el mercado se han ido reduciendo el número de oferentes.
El oligopolio, fuente última de la colusión, no opera o deja de operar dependiendo de la bondad o maldad moral de los actores del mercado, sino por los incentivos que genera el estado subsidiario para evitarlo. Adam Smith afirmaba que si bien la ley no puede impedir que las empresas de la misma industria se reúnan, al menos no debería hacer nada para facilitar esas asambleas y mucho menos hacerlas necesarias. Y en nuestro caso el Estado ha creado el clima propicio para la existencia de dichos oligopolios.
Algunos argumentarán que son las economías de escala y no el actuar estatista de los últimos años de gobiernos concertacionistas propició aquello, y es un lastre difícil de arrastrar. La evidencia demuestra que el Estado no intentó propiciar el incremento de empresas competitivas en diversas áreas, por la vía de incentivos tributarios u otras formas, ni al menos desregular las actividades para que pudieran surgir nuevos oferentes. Lo que hicieron los recientes gobiernos fue precisamente lo opuesto: no sólo tolerar la falta de competencia, no solo no fiscalizar, sino incentivarla en ciertas áreas.
Por ejemplo, ¿qué fue Transantiago, programa diseñado por un “progresista” Lagos e implementado por una “progresista” Bachelet, sino la estatización de un modelo de mercado –de buses amarillos, imperfecto y lleno de vicios- y la entrega de concesión a pocas grandes empresas de una actividad en la que antes había cientos de pequeños y medianos empresarios?
Ha sido este modelo impulsado por la izquierda, por llamarlo de algún modo de “estatismo de mercado”, el que ha propiciado aquel oligopolio. Ese mismo que hoy se defiende en cumbres progresistas, el mismo del cual hablaba el candidato del 29% -como Marco Enríquez llamó a Eduardo Frei- el de “más mercado, más estado y más estado” -frase incomprensible para cualquier persona seria- es el responsable final de este problema económico y moral. En “Camino de Servidumbre”, Hayek apunta –y con razón- que la tendencia hacia el estatismo es un paso atrás en la evolución de la civilización occidental alejándose de la esclavitud y del centralismo.
A un gobierno, a cualquier gobierno, especialmente a aquellos que creen en una importante participación del Estado en la actividad económica, le conviene más relacionarse con dos o tres grandes empresas que con mil pequeñas o medianas. Y obviamente así se actuó en Chile durante una década de gobiernos presididos por socialistas, propiciando la reducción a dos o tres compañías en cada caso, pues después de todo es más fácil convencer o mantener tranquilos a tres que a varios.
Evidentemente, dicho escenario, de Concertación/concentración –vaya paradojas que nos permite el lenguaje- no desagradó por años a ciertos empresarios, especialmente los de las grandes comercios, los mismos que han financiado cuanta campaña de “progresistas” que han existido durante veintitantos años… definitivamente “todo calza, pollo”.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Caminos al Gol

Ante una buena pregunta -de Fútbol al menos- de un periodista a Bielsa después del partido del Athletic ante el humilde Granada, que invita a una reflexión y a una rica discusión en términos futbolísticos, Bielsa, un verdadero genio, le responde lo siguiente (vía elmundo.es):


"Se está hablando de las dificultades del Athletic ante equipos pequeños y de si hay un 'plan B' para tratar de superarles". Esta es la cuestión que ayer un periodista radiofónico planteó a Marcelo Bielsa en rueda de prensa. El pasado domingo, el equipo las pasó canutas para superar a un rival ordenado, con las líneas muy juntas y encerrado atrás como el Granada. El entrenador argentino quiso desmentir que su Athletic necesitara un 'plan B' y buscó dejarlo claro en una respuesta épica que reproducimos a continuación.

Mire, los partidos los analizo considerando si dominamos o somos dominados, si nos crean ocasiones o las creamos. Hemos ganado partidos con menos dominio y con menos situaciones de gol que ante el Granada. El domingo triplicamos las opciones de gol que generó el rival, dominamos el juego y la posesión casi todo el partido. Las conclusiones son muy claras: un 'plan B' que apunte solamente a ser eficaz en concretar las ocasiones que uno posee, no sería un 'plan B', sería un plan apicable a cualquier situación. Uno no puede cambiar la idea con la que juega cuando merece obtener el triunfo que persigue largamente. Debería cambiarlo cuando uno siente que el rival lo supera, que recibe demasiadas ocasiones o que uno no las crea. Valoro y respeto lo que el Granada hizo aquí, pero no creo que debamos buscar opciones alternativas cuando sucedió lo que sucedió.
La traductora español-eslovaco las pasaba canutas para interpretar el complejo lenguaje de Bielsa y éste siguió bullendo ideas en su cerebro. Prefiere no dejar ningún cabo suelto.
Esa pregunta me resulta interesante porque también creo que 90 minutos de posesión ameritan 15 opciones de gol y nosotros tuvimos 8, la mitad. También, dentro de recorridos diferentes. Un plan alternativo significa acercarse a la valla rival por varios caminos. Ante el Granada jugamos por los costados, tuvimos desborde, intentamos desarrollar el juego interior con David López, Herrera y Muniain, con tres volantes diferentes, también salteamos las líneas cuando el balón fue de la línea defensiva directamente a Llorente. En realidad, pudimos haber jugado mejor o peor, criterio que acompaño. Pero no debemos buscar un plan alternativo, porque en el fútbol estos son saltar las líneas, jugar por afuera o tener predominio de volantes creativos para buscar el juego interior. Agotadas las tres opciones, lo que uno desea es cambiarle el procedimiento al rival, algo que desgraciadamente es imposible. Salvo que en este análisis obvie alguna mirada, que también puede ser y que si la sugieren puedo dar mi punto de vista. No me imagino a un equipo atacando de modo diferente a estos tres segmentos.
Mientras explicaba su reflexión a los periodistas, reflexionaba para si mismo. Llegó a la conclusión de que quizá había otra opción, pero que no la consideraba adecuada al partido que se estaba jugando.

Es posible que esté dejando de lado jugar con dos arietes centrales algo que, ahora pensando las opciones, pienso que podría haber sido otro camino. De todos modos, no hubiera tomado la decisión de jugar con un delantero más y un volante creativo menos en un partido donde lo que costaba era llevar el balón al área con claridad. Poner dos futbolistas en el sector donde el balón no llega no es lo más recomendable en un partido así, es preferible poblar las zonas por donde debe llegar la pelota. Poner dos '9' cuando nos cuesta que el balón filtres a esa zona, cuando los costados no atinan con los centros, no me pareció la solución.
Todo esto aún no era suficiente.

Abundando en esa pregunta... ¡Ya no está quien preguntó! ¡Se ve que lo agoté! Voy a recibir el mensaje...
En efecto, la rueda de prensa se estaba alargando tanto que el periodista en cuestión tuvo que abandonar la sala unos minutos para preparar una conexión en directo con su programa. Cuando escuchó la expresión de Bielsa, entró de nuevo raudo a pedirle que continuara.
La pregunta me invitó a pensar y quizá la opción Toquero, que es un delantero diferente, es una posibilidad que quizá el partido reclamó y no lo elegí. Resolver los abundantes caminos con jugadores que ocupan posiciones con otro matiz es una alternativa. Había 'plan B', en definitiva, aunque yo creía que no.
Bielsa es así, es capaz de negar honestamente que existan alternativas y finalizar la rueda de prensa reconociendo que sí la había. Su obsesión analítica es capaz de reflexionar sobre el equipo mientras explica sus conclusiones en voz alta. Definitivamente, el Loco es un genio.


http://www.elmundo.es/blogs/deportes/la-gabarra/2011/12/01/bielsa-y-sus-teorias-del-gol.html