viernes, 27 de noviembre de 2015

Crisis Institucional en el Fútbol Chileno: Caos y Posibles Soluciones

Por José Tomás Valenzuela | @elBolillo_

Crédito: Agencia Uno
A pesar de ser el mejor año (deportivamente) de la Federación de Fútbol de Chile, tras obtener por 1ª vez la ansiada Copa América, diversos hechos recientes han demostrado que el éxito de la selección nacional es sólo una fachada de la grave crisis interna –directiva, institucional y estructural– que sufre el fútbol chileno.

Ahora bien, el caso particular del ex presidente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) y la Federación de Fútbol de Chile, Sergio Jadue, es una bomba que indefectiblemente producirá graves daños a la imagen y estructura del fútbol chileno. De un día para otro, y en medio de la disputa de importantes partidos clasificatorios al próximo Mundial, el Sr. Jadue viajó (o huyó) a Estados Unidos para colaborar con el FBI y la justicia de ese país, acogiéndose a una delación compensada para rebajar una posible condena criminal. Resulta que el ex presidente sí estaba involucrado en el Fifagate (contrario a lo que había recontra jurado) y tendría varios millones de dólares en cuentas en paraísos fiscales. Pero aun tiene el descaro de renunciar, a regañadientes, sólo después de que se lo exigió el Consejo de Presidentes de los clubes miembros de la ANFP.

No obstante, y por si fuera poco, hace apenas unos meses el Ministerio de Justicia –organismo encargado de fiscalizar las corporaciones sin fines de lucro como la ANFP– le había señalado que la última reforma estatutaria sería ilegal. En ella, entre otras cosas, se fijaron remuneraciones para el presidente y demás miembros del directorio de la ANFP, lo cual contraviene los artículos 551 y siguientes del Código Civil que prohíben distribuir utilidades y establecer remuneraciones a los socios y directores. Inclusive, esta semana fiscalizadores de dicho ministerio se apersonaron en las oficinas de la ANFP solicitando documentos y registros contables, ¡pero se les prohibió el ingreso! Ante lo ocurrido –y frente a las posibles sanciones que van hasta la pérdida de la personalidad jurídica–, desde la Asociación se indicó que el impase se produjo por un “error de comunicación”, asegurando estar a completa disposición de la justicia. Otro que expuso problemas en la entrega de información fue Ramiro Mendoza, ex Contralor General de la República, nombrado auditor externo de la ANFP cuando explotó el caso Fifagate allá por junio de este año.

Para mayor inri, estas semanas son claves para determinar si la ANFP hará uso de la opción de compra del 20% que le resta para obtener la totalidad de la propiedad del CDF (Canal del Fútbol). El próximo 31 de diciembre de 2015 vence el plazo para pagar la millonaria suma estimada en USD 19 millones. Para ello se está en plena etapa de evaluación y negociación con empresas inversionistas, y como si no fueran tiempos suficientemente difíciles, Fox Sports –la adjudicataria favorita– acaba de retirar su oferta por el caos generado con la actual crisis, que tiene a una ANFP sin un directorio definido con el cual negociar. El CDF siempre ha sido un tema crítico en la ANFP; desde que el negocio reporta millonarios dividendos, la lucha por el reparto de los excedentes ha sido encarnizada. Basta recordar el caso de Harold Mayne-Nicholls en tiempos que su excelente gestión con el CDF, la recuperación del espectáculo y de la selección en la era Bielsa hacían prever una fácil reelección, pero su postura chocaba con la de los clubes “grandes”, lo que derivó en una infeliz novela que terminó con Jadue asumiendo de rebote.

Lo peor de esta historia es que nadie se ha sorprendido con el devenir de los acontecimientos actuales. Es generalizada la opinión pública de que se tienen que ir todos, de que es necesario un cambio total no solo de los directores en la Asociación, sino también en los respectivos clubes, que se reformen los estatutos abriendo la ANFP a gente externa en el directorio, en su auditoría y fiscalización, en una administración general profesional, etc. En efecto, de no concretarse la compra del CDF quedará demostrado como la desorganización, descontrol y falta de seriedad de los dirigentes hará perder una oportunidad histórica para fortalecer la economía del fútbol chileno y asegurarse la propiedad y administración de un negocio como el CDF cuya rentabilidad crece sostenidamente en el tiempo.

La ANFP (al igual que FIFA) es un ente privado, autónomo, cerrado que no se ha adecuado a la Ley 19.017 del Deporte, por tanto no es objeto de los requerimientos que dicha norma establece ni de la fiscalización que esa ley encargó en el IND[1] (hoy Ministerio del Deporte). Igualmente, en la práctica tampoco le aplica la Ley 20.019 de SADP[2], pues ésta rige a los clubes, mas no a la Asociación/Federación que las acoge, por ende la SVS no la puede controlar. Y puesto que la ANFP no es una sociedad anónima ni la rige la Ley del Deporte, escapa de los requisitos y funciones que la Ley 20.019 prescribe, al no existir un organismo que tengas atribuciones efectivas y eficientes de fiscalización sobre aquélla. Así, sólo queda el Ministerio de Justicia que recién ahora está actuando, pero que tampoco tiene las herramientas para efectuar certera y eficientemente el control necesario.

Más aún, de meterse más el Estado, FIFA raudamente pondría el grito en el cielo por la prohibida influencia estatal y amenazaría con la temida suspensión de la Federación de competencias oficiales. Y no hay gobierno que soporte la presión popular de dejar a su selección (a su país) sin Mundial. Así, depende sólo de la ANFP y sus socios aplicar las reformas necesarias.

Por su parte, la estructura jurídica en que está construida la institucionalidad del fútbol chileno es otro elemento que conduce a problemas, pues las ligas (Asociación) no están separadas de la Federación y dejan al fútbol amateur (ANFA) en un lugar más oscuro, más cerrado, con pocos recursos y aún menor fiscalización.

Consiguientemente, es vital que el cambio parta por ahí, diseñando una estructura distinta en que la Federación, como ente superior, sea el principal control interno en el esquema del fútbol, separado de la Asociación de clubes profesionales, que se encargue de las Selecciones Nacionales. Además, que se preocupe en mayor medida, con más publicidad, transparencia y recursos del desarrollo del fútbol de base, de los clubes y jugadores aficionados, fortaleciendo así este deporte en toda la comunidad y en lugares en que el fútbol profesional no llega.

Otra medida importante, sería la creación o transformación de la ANFP en una empresa, una sociedad anónima que se preocupe de hacer crecer el negocio del fútbol y el desarrollo sustentable y sostenible de sus socios –los clubes–, bajo una administración más abierta y transparente, y bajo la atenta fiscalización y control de la SVS, con balances públicos, mejor manejo de las marcas que componen el fútbol chileno, la misma ANFP, etc. Los clubes tienen que entender que son socios de un mismo negocio y que sólo se enfrentan en la cancha.

Actualmente son muchas las entidades públicas y privadas, nacionales e internacionales que luchan contra graves problemas de credibilidad por distintos casos de corrupción u otros escándalos diferentes. Por ello la opinión pública y las comunidades respectivas exigen funcionamientos éticos, control y supervisión efectivos e independientes, elecciones directivas limpias, en fin, total transparencia. Eso es lo que pide y necesita el fútbol chileno, y de tomar las medidas adecuadas los primeros y grandes beneficiados serán los propios dirigentes, y luego todo el país (y el mundo) les estará agradecidos infinitamente. Pero como todo en la vida, la mezquindad muchas veces impide ver el camino correcto y más fructífero; esperemos que éste no sea el caso.
                                             



[1] Instituto Nacional de Deportes de Chile del Ministerio del Deporte.
[2] Ley (2005) que obligó a todos los clubes de fútbol profesional a convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas Profesionales (SADP), rigiéndose por esa ley y por la fiscalización y control de la SVS y del IND.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Suazo vs Colo-Colo, ¿nuevo gol del Chupete?


Crédito: Agencia Uno
Como es de público conocimiento, hace unas semanas José Luis Sierra, DT de Colo-Colo, decidió reemplazar a Humberto "Chupete" Suazo cuando faltaban poco más de 20' para que terminara el partido en que empataban –con uno menos– frente a San Marcos de Arica. Esa decisión no gustó para nada al calvo goleador, y se lo hizo saber inmediatamente al entrenador y cuerpo técnico con fuertes insultos. Tales hechos a pesar de ser nefastos, ordinarios y repudiables, son muy comunes en el fútbol y suelen resolverse internamente, a veces con alguna sanción deportiva o económica, con una previa aclaración correspondiente entre los involucrados. Ello fue justamente lo que buscó Sierra al citar a Suazo a una reunión al día siguiente. Sin embargo, Chupete se negó a ir señalando "no hablo con mediocres".

La reacción de Sierra y su cuerpo técnico no se hizo esperar y le comunicó a la dirigencia que no contaba más con Suazo y, en una práctica tan habitual como ilegal dentro del fútbol, habría decidido separarlo del plantel. Pero antes que ello se efectuara, los directivos eligieron tomar un camino más extremo aún y terminar unilateralmente el contrato del futbolista por la causal de incumplimiento grave de las obligaciones del contrato (Art. 160 N° 7 del Código del Trabajo). Más aún, en las conversaciones con el agente del delantero las partes tampoco llegaron a acuerdo en el monto de indemnización, anunciándose que el tema se resolvería en instancias judiciales.

Si se analizan los incidentes específicos que gatillaron este caso, un supuesto insulto de Humberto Suazo –en caliente tras ser reemplazado– y negarse a una reunión posterior con el DT, a priori, difícilmente constituirían por sí solos un incumplimiento contractual de carácter grave, considerando que la carga probatoria recae exclusivamente en Colo Colo. Asimismo, como la ley laboral no señala qué se entiende por grave, es el juez quien lo debe determinar en relación a las pruebas que presente el empleador sobre los hechos, el historial del trabajador, el contexto, las atenuantes y agravantes, etc. Adicionalmente, para que una rescisión de este tipo tenga resultados propicios para Colo Colo, se requieren pruebas concretas y contundentes que limiten la subjetividad del caso en cuanto a la interpretación del juez, pues, además, en Chile los tribunales laborales tienden a fallar a favor de los trabajadores en un 70-80%.

En efecto, las implicancias y características de este caso lo hacen muy delicado. Además de tratarse de uno de los mejores jugadores chilenos y de Colo Colo de la última década –sino de todos los tiempos–, y de las figuras de un plantel en plena lucha por el campeonato, Suazo era el mayor sueldo del camarín albo: alrededor de $42 millones de pesos mensuales. Al contrato le restaban 8 meses de vigencia, es decir, un total de $336 millones de pesos.

Más allá de que la actitud del jugador es repudiable, en mi opinión el camino y la estrategia que ha tomado el club no es la mejor. La máxima dice que es preferible siempre un mal acuerdo a un buen juicio, y a lo drástico de la decisión se suma lo rápido o apresurado con que se zanjó por parte de Blanco y Negro. Es muy probable que los insultos y la falta de respeto para con el entrenador no sean la única razón que motive el despido, sino que haya sido la última falta tolerable y que en conjunto sumen un "incumplimiento grave", jurídicamente hablando y bajo las premisas ya expuestas. Sin perjuicio de lo anterior, todavía es posible llegar a un acuerdo económico previo a una sentencia que, de llegar a ese punto, dejará muchos heridos, especialmente en el club.

Por su parte, deportivamente no parece ser la decisión más sabia, tanto por la repercusión mediática y emocional en la hinchada, prensa, jugadores históricos y auspiciadores, pero principalmente en el resto de los jugadores. El club está en plena lucha por el campeonato y un tema como este sólo puede afectar negativamente al plantel, ya sea dividiéndolo, alejándolo del cuerpo técnico o simplemente desconcentrándolo, y muestra de ello son el público apoyo a Chupete de figuras como Paredes, Valdés y Fierro, o el descontrol de los jugadores en cancha que suman expulsiones en los últimos 4 partidos.

La línea que separa a un jugador de ídolo y modelo a “vaca sagrada” es muy fina, y el trato que deben tener los clubes con este tipo de jugadores siempre es muy delicado, pues éstos muchas veces abusan de su imagen, fama y llegada que han conseguido con la hinchada. Es un reto que los clubes deben asumir con presteza, habilidad y valentía, especialmente en el plano comunicacional, analizando detalladamente las consecuencias económicas, mediáticas y deportivas de sus decisiones para no terminar convirtiéndose en los malos de la película, afectando seriamente su relación con terceros interesados y la imagen del club.


Consiguientemente, este caso es un partido de diversos frentes para Colo Colo, de incierto panorama y con aristas que podrían propinarle derrotas muy dolorosas; el tiempo dirá como resuelve esta bomba. No será fácil, menos sin una importante pieza como Humberto Suazo.

lunes, 19 de agosto de 2013

3ª columna en #FrecuenciaCruzada: Así no muchachos

Así no muchachos

Por José Tomás Valenzuela | @elBolillo_
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Católica nuevamente defraudó, teniendo la posibilidad de quedar como único puntero y mantener o ampliar la ventaja con el resto de los equipos que acechan en la tabla, no dio pie con bola, chocó contantemente, sin ideas, contra una defensa de Audax que se paró bien atrás, y apenas sacó un empate de San Carlos; otros 2 puntos perdidos.
Muy bajos rendimientos individuales, y mal también en lo colectivo, Católica no convence y así es muy difícil que se puedan lograr los objetivos propuestos para este semestre. Más aún, el miércoles toca contra un durísimo Emelec, y si se quiere seguir avanzando, se necesita mejorar ostensiblemente en todos los aspectos.
En efecto, la UC cojea por la izquierda desde hace tiempo, ya que Cordero no sube su nivel y lo de Mier ya es para llamar a un exorcista, entonces el ex hispano no tiene que hacer mucho para ser titular. Algo parecido ocurre con el enlace, porque Milovan, con Rojitas lesionado, no tiene quien le meta presión y como su despliegue no es el de antes, deja muy solo a Costa en la contención. Además, el rosarino está muy impreciso y tampoco es volante de creación; al Chepo le cuesta montones dar un pase, Claudio Sepúlveda sigue recuperándose… entonces al final tenemos un doble 8 limitado, cuando lo que se necesita es un 6 y un 10.
Consiguientemente, si a todo eso se le suma que Sosa no está en su día y que el resto de los delanteros tienen menos gol que Olarra cintura, las posibilidades se reducen a algún invento de Meneses –quien tampoco anduvo hoy– o alguna pelota parada. Menos mal Ghiso no metió al chico Vallejos antes, porque la “generosidad” de Hans Martínez aturdió incluso a Toselli quien, como desde hace mucho no lo hacía, se equivocó feo para dar el tiro libre que significó el gol de los itálicos.
No, así no muchachos, así no levantaremos ninguna copa este semestre, y la sed de títulos de los Cruzados exige calmarse este año. De lo contrario… ¿de lo contrario qué? Igual estaremos ahí, sólo que con una nueva decepción que sumar al historial; el sino del hincha del fútbol.

¡Por eso, jugadores, por eso es que vamos a alentarlos, escribimos columnas, editamos páginas en honor de estos colores y esperamos ansiosos el próximo partido, queremos ganar y gritar campeones! Así que, por favor, levanten, mejoren y ganen, ¿dale?
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Link con la columna editada y publicada en #FrecuenciaCruzada http://frecuenciacruzada.cl/asi-no-muchachos/

lunes, 12 de agosto de 2013

Debut como columnista en #FrecuenciaCruzada

Mal del montañista: 2 puntos menos

Por José Tomás Valenzuela | @elBolillo_

En el montañismo, un gran porcentaje de los accidentes ocurre en el descenso, debido al relajo y la desconcentración que produce llegar a la cima, provocando el hecho fatal. Ayer sábado a Católica le ocurrió algo parecido, con la salvedad de que no se ha logrado nada todavía. Error que viene a ser un déjà vu del campeonato pasado, cuando perdió puntos que a la postre significaron entregar el campeonato.
En los primeros instantes del duelo contra la Universidad de Concepción, la UC parecía decidida a cerrar el partido desde el comienzo, con la confianza que traía desde Asunción por la victoria por la Sudamericana, a través de ataques por las bandas y la presencia punzante del “chanchito”Ramos que parecía iba a tener un mediodía dulce en San Carlos. Pero por el contrario, los del campanil con muy poco fútbol sacaron a la luz todos los problemas que tiene el cuadro de Lasarte en la creación de jugadas de peligro y, principalmente, en la concreción, donde Ramos desde hace rato no da la talla.
Es que el triunfo a mitad de semana tendría que haber servido como punto de partida en el desarrollo y afinación del fútbol que estaba desplegando Católica, y no como instancia de relajación cuando no se ha ganado nada y queda casi toda la temporada por delante.
Contra Cerro la UC jugó muy mal gran parte del partido –salvo por el lapso posterior al gol de Sosa–, y ayer tampoco se mostró una mejoría, con un primer tiempo de bajísimo nivel. Las entradas de Sosa y Mirosevic en el segundo tiempo daban resultado casi inmediato, pero poco a poco los penquistas empezaron a equiparar, ordenándose en defensa primero, y causando peligro en el arco de Toselli después.
Quizás como punto rescatable es Alfonso Parot: fiero en la marca, ha cerrado la banda izquierda y cuando sube, lo hace con centros medidos que llevan intención, no el simple bochazo “a la olla” tan típico de algunos otros.
En fin, ayer estaba todo dado para mantenerse y afirmarse en la punta, pero las imprecisiones, las desconcentraciones, la falta de finiquito y fútbol, junto a los malos rendimientos individuales y colectivos, impidieron lograr los 3 puntos en San Carlos y dar inicio a un fin de semana tranquilo. En cambio, afloran muchas dudas y el domingo gris que nos tocó es simplemente una foto del estado de ánimo de Los Cruzados, aunque gracias a Dios, al “Mumo” y a la impericia de O’Higgins, igual podemos mirar la tabla “desde arriba”.


http://frecuenciacruzada.cl/mal-del-montanista-2-puntos-menos/

miércoles, 30 de enero de 2013

10,6 segundos


Tanto tiempo! Bueno, luego de leer este conmovedor relato -para los fanáticos, entiéndanme- volvieron a mí las ganas de seguir publicando cosas y retomar mis columnas. 
Cuantas veces rememorando una jugada, un gol, o cualquier hecho crucial en la historia, analizamos un evento de pocos segundos como si fuera una eternidad. Aquí, Casciari lo hace de manera notable con una de las tardes más importantes para todo argentino.
Adelante, pase, lea y deléitese.

10,6 segundos
por  Hernán Casciari
en EditorialOrsai.com
"Menos de once segundos antes, cuando el jugador argentino recibe el pase de un compañero, el reloj en México marca las trece horas, doce minutos y veinte segundos. En la escena central hay también dos británicos y un hombre algo mayor, de origen tunecino. El deporte al que juegan, el fútbol, no es muy popular en Túnez. Por eso el africano parece el único que no está en actitud de alarma atlética.
Se llama Alí Bin Nasser y, mientras los otros corren, él camina despacio. Tiene cuarenta y dos años y está avergonzado: sabe que nunca más será llamado a arbitrar un partido oficial entre naciones.
También sabe que si, doce años antes, cuando se lesionó en la liga tunecina, le hubieran dicho que estaría en un Mundial, no lo habría creído. Tampoco la tarde en que se convirtió en juez: en Túnez no es necesario, para acceder al puesto, más que tener el mismo número de piernas que de pulmones.
Cuando dirigió su primer partido descubrió que sería un árbitro correcto. Fue más que eso: logró ser el primer juez de fútbol al que reconocían por las calles de la ciudad. Lo convocaron para las eliminatorias africanas de 1984 y su juicio resultó tan eficaz que, un año más tarde, fue llamado a dirigir un Mundial.
En México le pedían autógrafos, se sacaban fotos con él y dormía en el hotel más lujoso. Había arbitrado con éxito el Polonia-Portugal de la primera fase, y vigilado la línea izquierda en un Dinamarca-España en donde los daneses jugaron todo el segundo tiempo al achique; él no se equivocó ni una sola vez al levantar el banderín.
Cuando los organizadores le informaron que dirigiría un choque de cuartos —nunca un juez tunecino había llegado tan lejos—, Alí llamó a su casa desde el hotel, con cobro revertido, se lo contó a su padre y los dos lloraron.
Esa noche durmió con sofocones y soñó dos veces con el ridículo. En el primer sueño se torcía el tobillo y tenía que ser sustituido por el cuarto árbitro; en el sueño, el cuarto árbitro era su madre. En el segundo sueño saltaba al campo un espontáneo, le bajaba los pantalones y él quedaba con los genitales al aire frente a las televisiones del mundo.
De cada sueño se despertó con palpitaciones. Pero no soñó nunca, durante la víspera, en dar por válido un gol hecho con la mano. No soñó con que, en la jerga callejera de Túnez, su apellido se convertiría en metáfora jocosa de la ceguera. Por eso ahora dirige el segundo tiempo de ese partido con ganas de que todo acabe pronto.
Ahora el jugador argentino toca el balón con su pie izquierdo y lo aleja medio metro de la sombra. El calor supera los treinta grados y esa sombra, con forma de araña, es la única en muchos metros a la redonda.
Alrededor del campo, acaloradas, ciento quince mil personas siguen los movimientos del jugador pero solo dos, los más cercanos a la escena, pueden impedir el avance.
Se llaman Peter: Raid uno, Beardsley el otro; nacieron en el norte de Inglaterra, uno en el cauce y el otro en la desembocadura del río Tyne; los dos tuvieron, pocos años antes, un hijo varón al que llamaron Peter; los dos se divorciaron de su primera mujer antes de viajar a México; y los dos están convencidos, a las trece horas, doce minutos y veintiún segundos, que será fácil quitarle el balón al jugador argentino porque lo ha recibido a contrarié y ellos son dos: uno por el frente y el otro por la espalda.
No saben que, una década después, Peter Raid hijo y Peter Beardsley hijo serán amigos, tendrán quince y dieciséis años y estarán bailando en una rave de Londres.
Un escocés de apellido O’Connor —que más tarde será guionista del cómico Sacha Baron Cohen— los reconocerá y, en medio de la danza, los esquivará con una finta y un regate. Lo hará una vez, dos veces, tres veces, imitando el pase de baile que ahora, diez años antes, le practica a sus padres el jugador argentino.
Raid hijo y Beardsley hijo no entenderán la broma, entonces otros participantes de la rave se sumarán a la burla de O’Connor y se formará un bucle de bailarines que, en forma de tren humano, esquivará a los muchachos en dos tiempos.
Peter Raid hijo será el primero en comprender la mofa, y se lo dirá a su amigo: «Es por el video de nuestros padres, el de México ochenta y seis».
Peter Beardsley hijo hará un gesto de humillación y los dos amigos escaparán de la fiesta perseguidos por decenas de muchachos que gritarán, a coro, el apellido del jugador que diez años antes, ahora mismo, se escapa de sus padres con un quiebre de cintura.
Muy pronto Raid padre y Beardsley padre dejarán de perseguir al jugador: será el trabajo de otros compañeros intentar detenerlo. Ellos ahora permanecen congelados en medio de una cinta que el tiempo convierte, a cámara lenta, de VHS a Youtube.
Ahora sus hijos tienen cinco y seis años y no recordarán haber visto en directo el primer regate del jugador, pero al comienzo de la adolescencia lo verán mil veces en video y dejarán de sentir respeto por sus padres.
Peter Raid y Peter Beardsley, inmóviles aún en el centro del campo, todavía no saben exactamente qué ha pasado en sus vidas para que todo se quiebre.
Raudo y con pasos cortos, el jugador argentino traslada la escena al terreno contrario. Solo ha tocado el balón tres veces en su propio campo: una para recibirlo y burlar al primer Peter, la segunda para pisarlo con suavidad y desacomodar al segundo Peter, y una tercera para alejar el balón hacia la línea divisoria.
Cuando la pelota cruza la línea de cal el jugador ha recorrido diez de los cincuenta y dos metros que recorrerá y ha dado once de los cuarenta y cuatro pasos que tendrá que dar.
A las las trece horas, doce minutos y veintitrés segundos del mediodía un rumor de asombro baja desde las gradas y las nalgas de los locutores de las radios se despegan de los asientos en las cabinas de transmisión: el hueco libre que acaba de encontrar el jugador por la banda derecha, después del regate doble y la zancada, hace que todo el mundo comprenda el peligro.
Todos menos Kenny Sansom, que aparece por detrás de los dos Peter y persigue al jugador con una parsimonia que parece de otro deporte. Sansom acompaña al jugador argentino sin desespero, como si llevara a un hijo pequeño a dar su primera vuelta en bicicleta.
«Parecía que estuvieras en un entrenamiento, joder», le dirá el entrenador Bobby Robson dos horas después, en los vestuarios. «Ese no eras tú», le dirá su medio hermano Allan un año más tarde, borrachos los dos, en un pub de Dublin.
Kenny Sansom rebobinará mil veces el video en el futuro. Verá su paso desganado, casi un trote, mientras el jugador se le escapa.
Comenzará, en noviembre de ese año, a tener problemas con el juego y el alcohol. En la prensa sensacionalista lo apodarán «White» Sansom, por su afición al vino blanco.
Su único amigo de las épocas doradas será Terry Butcher, quizá porque ambos compartirán el eje de un trauma idéntico.
Butcher es el que ahora, cuando los relatores de radio y los espectadores en las gradas todavía están poniéndose de pie, le tira una patada fallida al jugador que avanza por su banda. Sin saber que su apellido, en el idioma del rival, significa carnicero, Butcher perseguirá enloquecido al jugador y le tirará una segunda patada, esta vez con ánimo mortal, en el vértice del área pequeña.
Terry Butcher tampoco superará nunca el fantasma de esos diez segundos en el mediodía mexicano. «Al resto de mis compañeros los regateó una sola vez, pero a mí dos..., pequeño bastardo», le dirá a la prensa muchos años después, con los ojos vidriosos.
Kenny Sansom y Terry Butcher no regresarán a México jamás, ni siquiera a playas turísticas alejadas del Distrito Federal. En el futuro, sin hijos ni parejas estables, tendrán por afición (con casi sesenta años cada uno) juntarse a tomar whisky los jueves por la noche e inventar nuevos insultos contra el jugador argentino que ahora, sin marca, entra al área grande con el balón pegado a los pies.
Antes del inicio de la jugada, un hombre da un mal pase. Con ese error empieza la historia. Podría haber jugado hacia atrás o a su derecha, pero decide entregar el balón al jugador menos libre.
Ese hombre se llama Héctor Enrique y se queda inmóvil después del pase, con las manos en la cintura. Después de ese partido nunca podrá separarse del jugador, como si el hilo invisible del pase vertical se transformara, con el tiempo, en un campo magnético.
Enrique todavía no lo sabe, pero volverá a participar de un Mundial de fútbol, veinticuatro años después y en tierra sudafricana. Será parte del cuerpo técnico de un entrenador que, más gordo y más viejo, tendrá el mismo rostro del hombre joven que ahora corre en zigzag. Y acabará su carrera todavía más lejos, en los Emiratos Árabes, de nuevo a la derecha del jugador al que, hace dos segundos, le ha dado un pase a contrarié.
Durante muchas noches del futuro, en un país extraño donde las mujeres tienen que ir en el asiento trasero de los coches, Enrique pensará qué habría ocurrido si, en lugar de esa mala entrega, le hubiera cedido el balón a Jorge Burruchaga, su segunda opción.
Burruchaga es el que ahora corre en paralelo al jugador, por el centro del campo. Son las trece horas, doce minutos y veinticuatro segundos: está convencido de que el jugador le dará el pase antes de entrar al área, que únicamente le está quitando las marcas para dejarlo solo frente a los tres palos.
Burruchaga corre y mira al jugador; con el gesto corporal le dice «estoy libre por el medio» y mientras espera el pase en vano no sabe que un día, algunos años después, aceptará un soborno en la liga francesa y será castigado por la Federación Internacional. Otra entrega a destiempo. Pero él, congelado en el presente, todavía corre y espera la cesión que no llega nunca.
Días más tarde hará el gol decisivo de la final, pero el mundo solo tendrá ojos y memoria para otro gol. Año tras año, homenaje tras homenaje, el suyo no será el más admirado.
Una noche Burruchaga llamará por teléfono a Arabia Saudita para conversar con su amigo Héctor Enrique, y lamentará, un poco en broma, un poco en serio, aquel gol ajeno que opacó el decisivo de la final. Entonces Enrique verá por la ventana una tormenta de arena y, sin pretenderlo, lo hará sonreír. «No fue para tanto aquel gol», le dirá, «el pase se lo di yo, si no lo hacía era para matarlo».

Dentro del campo de juego el viento sopla a doce kilómetros por hora. Si hubiera soplado a sesenta kilómetros por hora, como ocurrió en la Ciudad de México seis días más tarde, quizás la jugada no hubiera acabado bien.
El avance parece veloz por ilusión óptica, pero el jugador regula el ritmo, frena y engaña. Hay una geometría secreta en la precisión de ese zigzag, un rigor que se hubiera roto con un cambio en el viento o con el reflejo de un reloj pulsera desde las gradas.
Terry Fenwick piensa en las variables del azar mientras se ducha cabizbajo tras la derrota. Sobre todo en una, la menos descabellada.
Antes del partido, Fenwick le aconsejó a su entrenador Bobby Robson que lo mejor sería hacerle, al jugador rival, un marcaje hombre a hombre. Bobby respondió que que la marca sería zonal, como en los anteriores partidos.
¿Qué habría ocurrido si Robson le hacía caso?, se preguntará Terry Fenwick desnudo, en la soledad del vestuario, con el agua reventándole las sienes.
En este momento, a las trece horas, doce minutos y veintiséis segundos del mediodía, es él quien ve llegar al jugador con el balón dominado; es él quien cree que dará un pase al centro del área. Fenwick piensa igual que Burruchaga, apoya todo el cuerpo en su pierna derecha para evitar el pase y deja sin candado el flanco izquierdo. El jugador, con un pequeño salto, entra entonces por el hueco libre, pisa el área y encuentra los tres palos.
«Mierda», le dirá a la prensa Terry Fenwick en 1989, «arruinó mi carrera en cuatro segundos». Dos años después de exabrupto, en 1991, Fenwick pasará cuatro meses en prisión por conducir borracho. Dirá, a mediados de la década siguiente, que no le daría la mano al jugador argentino si lo volviera a ver.
En esas mismas fechas una de sus hijas cumplirá dieciocho años. Durante la fiesta, Terry Fenwick la encontrará besándose con un argentino en una playa de Trinidad. Reconocerá la identidad del muchacho por una camiseta celeste y blanca con el número diez en la espalda. Fenwick aún no lo sabe, pero en su vejez dirigirá un ignoto equipo llamado «San Juan Jabloteh» en Trinidad y Tobago, un país que nunca jugó un Mundial, pero que tiene playas.
Fenwick se emborrachará cada día en la arena de esas playas. La tarde del encuentro de su hija con el argentino querrá acercarse al chico para golpearlo. El argentino hará el gesto salir para la izquierda y escapará por la derecha. Fenwick, de nuevo, se comerá el amague.
Ocho pasos, de cuarenta y cuatro totales, dará el jugador dentro del área, y le bastarán para entender que el panorama no es favorable.
Hay un rival soplándole la nuca a su derecha, Terry Butcher; otro a su izquierda, Glenn Hoddle, le impide la cesión a Burruchaga; Fenwick se ha repuesto del amague y ahora cubre el posible pase atrás y, por delante, el portero Peter Shilton le cierra el primer palo.
El norte, el sur y el este están vedados para cualquier maniobra. Son las trece horas, doce minutos y veintisiete segundos del mediodía. Tres horas más en Buenos Aires. Seis horas más en Londres.
En cualquier ciudad del mundo, a cualquier hora del día o de la noche, intentar el disparo a puerta en medio de ese revoltijo de piernas es imposible, y el que mejor lo sabe es Jorge Valdano, que llega solo, muy solo, por la izquierda.
Nadie se percata de la existencia de Valdano, ni ahora en el área grande ni durante la escuela primaria, en el pueblo santafecino de Las Parejas.
Jorge Valdano se sentaba a leer novelas de Emilio Salgari mientras sus compañeros jugaban al fútbol en los recreos, arremolinados detrás de la pelota. El fútbol le parecía un juego básico a los nueve años, pero a los once ocurrió algo: entendió las reglas y supo, sin sorpresa, que los demás chicos no lo practicaban con inteligencia.
Empezó a jugar con ellos y, mientras el resto perseguía el balón sin estrategia, él se movía por los laterales buscando la geometría del deporte.
Y fue bueno. Integró dos clubes del pueblo y pronto lo llamaron de Rosario para las inferiores de Newell’s; debutó en primera antes de los dieciocho. A los veinte era campeón mundial juvenil en Toulon. A los veintidós ya había jugado en la selección absoluta.
Pero en esos años de vértigo nunca amó el juego por encima de todo. Si le daban a elegir entre un partido entre amigos o una buena novela, siempre elegía el libro.
Hasta ese momento de sus treinta años, Valdano no estaba seguro de haber elegido su verdadera vocación. Por eso ahora, que espera el pase, siente por fin que ese puede ser su destino, que quizá ha venido al mundo a tocar ese balón y colgarlo en la red.
Sabe que la única opción del jugador es el pase a la izquierda. No le queda otra salida. Mientras pisa el área piensa: «Si no me la da, largo todo y me hago escritor”.
Pero el jugador entra al área sin mirarlo. Tampoco Butcher, ni Fenwick, ni Hoddle, ni Shilton se enteran de su presencia. Ni siquiera el camarógrafo, que sigue la jugada en plano corto, lo distingue a tiempo.
En el video, Valdano es un fantasma que asoma el cuerpo completo recién cuando el balón está en el vértice del área pequeña. Jorge Valdano todavía no lo sabe, pero al final de ese torneo comenzará a escribir cuentos cortos.
No hay enemigo mayor para un atacante que el portero. El resto de los rivales puede usar la zancadilla rastrera o las rodillas para el golpe en el muslo. No importa, son armas lícitas en un deporte de hombres y el agredido puede devolver la acción en la siguiente jugada.
Pero el portero, el guardavallas, el goalkeeper, el arquero (como el de Lucifer, sus nombres son infinitos) puede tocar el balón con las manos.
El portero es una anomalía, una excepción capaz de deshacer con las manos las mejores acrobacias que otros hombres hacen con los pies. Y hasta ese día ningún futbolista de campo había logrado devolver esa afrenta en un Mundial.
Por eso ahora, cuando el jugador pisa el área y mira a los ojos al portero Peter Shilton (camisa gris, guantes blancos), entiende el odio en la mirada del inglés.
Media hora antes el argentino había vengado a todos los atacantes de la historia del fútbol: había convertido un gol con la mano. La palma del atacante había llegado antes que el puño del guardameta. En el reglamento del fútbol esa acción está vedada, pero en las reglas de otro juego, más inhumano que el fútbol, se había hecho justicia.
Por eso en este momento culminante de la historia, a las trece horas, doce minutos y veintinueve segundos, Peter Shilton sabe que puede vengar la venganza. Sabe muy bien que está en sus manos desbaratar el mejor gol de todos los tiempos. Necesita hacerlo, además, para volver a su país como un héroe.
Shilton había nacido en Leicester, treinta y seis años antes de aquel mediodía mexicano. Ya era una leyenda viva, no le hacía falta llegar a su primer y tardío Mundial para demostrarlo.
Aún no lo sabe, pero jugará como profesional hasta los cuarenta y ocho años. Protagonizará en el futuro muchas paradas inolvidables que, sumadas a las del pasado, lo convertirán en el mejor goalkeeper inglés.
Sin embargo (y esto tampoco lo sabe) en el futuro existirá una enciclopedia, más famosa que la Britannica, que dirá sobre él:
«Shilton, Peter: guardameta ingles que recibió, el mismo día, los goles conocidos como ‘la mano de Dios’ y el ‘del Siglo’».
Ese será su karma y es mejor que no lo sepa, porque todavía sigue mirando a los ojos al jugador argentino que se acerca, y tapa su palo izquierdo como le enseñaron sus maestros.
Cree que Terry Butcher puede llegar a tiempo con la patada final. «Quizá sea córner», piensa. «Quizá pueda sacar el balón con la yema de los dedos».
Tampoco sabe que dos años más tarde se publicará en Gran Bretaña un videojuego con su nombre, titulado «Peter Shilton’s Handball», ni que sus hijos lo jugarán, a escondidas, en las vacaciones de 1992.
Mejor que no conozca el futuro ahora, porque debe decidir, ya mismo, cuál será el siguiente movimiento del jugador. Y lo decide: Shilton se juega a la izquierda, se tira al suelo y espera el zurdazo cruzado. El argentino, que sí conoce el futuro, elige seguir por la derecha.
Antes de tocar por última vez el balón con su pie izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que ha dejado atrás a Peter Shilton; ve que Jorge Valdano arrastra la marca de Terry Fenwick; ve que Peter Raid, Peter Beardsley y Glenn Hoddle han quedado en el camino; ve a Terry Butcher que se arroja a sus pies con los botines de punta; ve a Jorge Burruchaga que frena su carrera con resignación; ve a Héctor Enrique, todavía clavado en la mitad del campo, que cierra el puño de la mano derecha; ve a su entrenador que salta del banquillo como expulsado por un resorte y al otro entrenador, el rival, que baja la mirada para no ver el final del avance; ve a un hombre pelirrojo con una pipa humeante en la primera bandeja de las gradas; ve la línea de cal de la portería contraria y recuerda el rostro del empleado que, durante el entretiempo, la repasó con un rodillo; ve nítidamente a su hermano el Turco que, con siete años, le echa en cara un error que cometió en Wembley en un jugada parecida, ve los labios sucios de dulce de leche de su hermano cuando dice:
«La próxima vez no le pegues cruzado, boludito, mejor amagále al arquero y seguí por la derecha».
Ve el rostro de su hermano con la luz de la cocina donde ocurrió la escena, ve la picardía con que lo miraba; ve, detrás del arco, un cartel que dice Seiko en letras blancas sobre fondo rojo; ve las uñas pintadas de verde de su primera novia, el día que la conoció, y ve a esa misma chica, ya mujer, amamantando a una niña; ve una pelota desinflada y se ve a él mismo, con nueve años, que intenta dominarla; ve a su madre y a su padre que arrastran, con esfuerzo, un enorme bidón de kerosén por una calle de tierra en la que ha llovido; ve una taquilla, en un vestuario de La Paternal, que lleva su nombre y su apellido en letras flamantes, ve su orgullo adolescente al leer por primera vez su nombre y su apellido en la taquilla; ve un estadio, sus tablones de madera, y ve también que un día el estadio entero, y no solo la taquilla, llevará su nombre.
El jugador argentino ha controlado el aire de sus pulmones durante nueve segundos, y ahora está a punto de soltar todo el aire de un soplido.
Al revés que todos los rivales y compañeros que ha dejado atrás, él puede respirar con su pierna izquierda, y también puede intuir el futuro mientras avanza con el balón en los pies.
Ve, antes de tiempo, que Shilton se arrojará a la derecha; ve la intención segadora de Terry Butcher a sus espaldas, se ve a él mismo, muchos años más tarde, con un nieto en los brazos, visitando la entrada del Estadio Azteca donde se levanta una estatua de bronce sin nombre: solo un jugador joven con el pecho inflado, un balón en los pies y una fecha grabada en la base: 22 de junio de 1986; ve una rave en Londres donde dos chicos de quince años escapan de una multitud que se burla; ve un departamento en penumbras donde solo hay una mesa, dos amigos y un espejo sobre la mesa; ve a una muchacha en una playa del trópico que se deja besar por un chico que lleva puesta una camiseta argentina; ve un enjambre de periodistas y fotógrafos a la salida de todos los aeropuertos, de todas las terminales, de todos los estadios y de todos los centros comerciales del mundo; ve a un niño embobado con un videojuego en la ciudad de Leicester, mientras su hermano vigila por la ventana que no aparezca el padre; ve el cadáver de un hombre viejo que ha muerto en Ginebra ocho días antes de ese mediodía, un hombre que también ha visto todas las cosas del mundo en un único instante.
Ve Fiorito de día; ve Nápoles de tarde; ve Barcelona de noche.
Ve el estadio de Boca a reventar y él está en el medio del campo pero no lleva un balón en los pies, sino un micrófono en la mano; ve a un anciano en el aeropuerto de Cartago, que espera a su hijo en el último vuelo desde México, para abrazarlo y consolarlo; ve un tobillo inflamado; ve a una enfermera de la Cruz Roja, regordeta y sonriente; ve todos los goles que ha hecho y los que hará; ve todos los goles que ha gritado y los que gritará en su vida entera; se ve, con cincuenta y tres años, mirando desde el palco la final del mundo en el estadio Maracaná; ve el día que verá a su madre por última vez; ve la noche en que verá por última vez a su padre; ve crecer a todos los hijos de sus hijos; ve los dolores de parto de una mujer que está a punto de parir un niño zurdo en Rosario, un año y dos días más tarde de ese mediodía mexicano; ve un espacio mínimo, imposible, entre el poste derecho y el botín de Terry Butcher.
Cierra los ojos. Se deja caer hacia adelante, con el cuerpo inclinado, y se hace silencio en todo el mundo.
El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos."